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Mostrando las entradas de diciembre, 2008

Ceguera (y Tres). Final.

Capítulo anterior: Ceguera (Dos de Ene). El silencio de la sala es contaminante. Me llegan los pliegues del atuendo del médico ensanchándose, las coyunturas, los soplidos de un fumador. Me cachetea el respirar intranquilo y apurado de Laura. Hace diez años que usa el mismo perfume. El perfume es ella. Es perfume. Laura es para mí todo lo que huele. Las vendas comienzan a pesar menos. Quitarme las vendas es saltar en paracaídas desde donde no se divisa la superficie. El pelo de la nuca recupera su espacio. Ya no hay vendas. Me quitan los algodones. Abro los ojos lento como hormiga. Salgo del útero, ya sin cordón. Una puntada de dolor agudo me recuerda que enfocar la vista es el reflejo de un músculo ahora herido. Laura es Laura, tal como es. No como la imaginé. Me agrada. Ella sonríe. Examino la facción de su sonrisa. Me reconforta. Tomo una bocanada enorme de aire. Intento completar la escena con su olor. Intento nuevamente. Algo no anda bien. Todo huele como se ve. Todo huele a nada.

Ceguera (Dos de Ene)

Capítulo anterior: Ceguera (Uno de Ene). El aroma de las comidas me sienta entre las carnes, los caldos y los cítricos. Nado en ellos. Es raro, pero he perdido la conexión con las formas originales de los objetos. Retengo los aromas y dibujo libremente. Lo único que recuerdo con detalles es el cuello de Laura, el vello de su nuca, la textura de su piel vistiendo ajustadamente ese infierno que despertaban mis labios. Su piel café clara. Los rizos que masajeaban mis mejillas. El espacio de descanso de sus hombros. Entiendo que el hecho de recuperar la vista será tan traumático como fue perderla. Propiciará el desorden de mi numerado archivo de vivencias. Pero el deseo de reintegrarme al limitado universo de quienes poseen este contaminante sentido es más fuerte.  La vista es la virtud más condicionante que he poseído. Es tan real, tan mundana, tan ahuyentasueños. Delimita con detalles los cuerpos, las calles, las heridas y los perros. No deja lugar a dudas excepto nuestro cerebro insista

Ceguera (Uno de Ene)

Camino en dirección opuesta al tiempo, vuelvo atrás entre mis recuerdos. Están terriblemente ordenados. Da pavor pensar en que puedo administrar de manera cierta tanta información. Ahí estoy de niño, de adulto y de mala y buena gana, de queridas y ocultadas, de presentables y expulsables. En este sector inflamado de dolor está el accidente. Aún duele, aún sangra.  No hay espacio para recordar lo espiritual. Es intransferible en el tiempo.  Nunca pude repetir en mi corazón exactamente la pasión de los primeros años. Nada se apagó, pero las mutaciones son en cierta forma amputaciones. Tampoco tengo recuerdo presente del dolor que sentí y porté por meses, pero si algo roza mis ojos puedo encender la reacción en cadena que me lleva al dolor nuevamente. Lo que definitivamente no recuerdo es el vacío inmediato que me conducía sin atajos al suicidio. Tanto como no puedo recobrar con detalles la sensación de amor que por Laura me enloquecía día y noche cuando perdí la vista. Tengo los detalles

Estos harapos

Que será el infierno si no estos zapatos desgranados, este frío atroz, esta noche oscura y este desabrigo de huesos esquilados. Cuando no estas, el infierno me abraza.

El último sillón

El nacía en sus comienzos. Cosa que puede sonar obvia, pero no se nace siempre de la misma manera. Ni se llega a la vida por el mismo lugar, ni se la despide con prólogos.  Pié forrado en cuero. Dos largas, paralelas y fuertes bases para soportar la humanidad que se desploma encima sin vergüenzas ni esperas. Y cuidado que hasta ahí hay solo veinte centímetros. Menos de la mitad de la mitad de todo su cuerpo.  Ni qué hablar del roble, ni de su semilla, ni del terremoto que derrumbó la casa donde a la postre creció el noble árbol. Ni de Don Américo, el dueño de aquella casita. Sólo de la casa, por que el terreno no era de Don Américo. Aunque él nunca se dio por enterado. Claro que las verdades son tan propias y sustantivas como el dolor. Y también como el dolor, la verdad es intransferible, propiedad de uno. Hay tantas verdades como personas. Y sillones.  Don Américo miraba con paz infinita la nueva construcción. Una planta, baja. Patio con linderos de amapolas. La casita del Tinto, su p

Tabaco Viejo

El dolor masticado sabe a tabaco viejo. Agrio, seco, perdurable. Mancha lo que toca. Si lo tiras ni bien lo recibes sólo puedes sentir su tamaño, forma, mientras lo dejas ir. Pero haz la prueba de masticarlo. Ponlo en la boca y dale como rumiante. Y para hacer honor a estos últimos, cada vez que puedas lo sacas y le das algunas nuevas mordidas. Claro, ten cuidado, el sabor ya no es a tabaco, sino a lo que se ha transformado. A ese bolo amorfo, procesado. El    sabor es el recuerdo de la ultima mordida mas su descomposición posterior. Si el dolor proviene o se alimenta del rencor, es más confuso aún. No lo distingues claramente, ni lo puedes despegar de quien te lo provoca. ¿Cargando contra él será posible eliminar la causa?. Quien sabe, no parece ser un método efectivo. Hay momentos parteaguas. Cada uno de estos es un viaje a romper viejos modelos y a comenzar una nueva instauración. Constuir bases distintas para intentar otra proyección. Ideas nuevas, fluir de comunicación, pero princ

Pantumasín y Mocasufla

Recordaba a la célebre pareja Pantumasín y Mocasufla dada a luz en tu casa, Juan, en un cumpleaños de treintaynueveycuatro si la memoria no me deja solo. Esa feliz pareja de zapatos que discurren su vida en medio de la doble personalidad de tener el talon demasiado aplastado para noches de gala y la punta muy lustrosa para cortar el pasto un domingo en la mañana. Aunque, justo es reconocerlo, sobreviven bien seguros de lo felices que mantienen a su dueño, quien con cierta rebeldía rompe las estructuras y decide usar los mocasines de pantufla, sólo para no andar subiendo escaleras y cambiando de calzado. Cosa de por más insoportable cuando uno llega a casa. Ni hablar de encender la luz y romper esa angustiosa y compañera lugubridad de los pasillos oscuros, sólo por los timbos.  De hecho, y saliéndome del guión, tengo felices amigos que no conocen su dormitorio con luz de día, o mejor, sólo lo conocen en penumbras. Se acuestan de noche, se despiertan de madrugada, no encienden la luz par

Maldito Domingo

Domingo. Cielo en calma, viento suave. Nadie en la víspera, nadie en el crepúsculo. Nadie en la puerta, nadie en la silla. Nadie en el doblez de la sábana. Ni toro, ni torero en el ruedo, Ni morena que lo aplauda. Ni perro que duerma adherido al sustento. Ni espacio intercostal. Ni espacio sideral. Domingo. Maldito Domingo. La ausencia de tu aliento, (en los intersticios del ánimo) es una - desalentadora - maldición.

La lluvia, los pies y este frío

Y tu sombra de no estar Y este camino mío Y tus montes y mi río Y a la noche a mas tardar Estos hielos y este líquido Esta alfombra y el silbar Del viento y los vahídos De una pareja al pasar Que te traen y te dejan Que te vuelcan en mi andar Que te acercan a mi sexo Te respiro con detalle Te surco y te siembro Te siento y te pienso Te temo Te veo Te sueño Me miento

Sex(t)o piso

Hacerte el amor / es como caer desde el sex(t)o piso / el vértigo antecede al machucón / no tienes backspace una vez que comienzas / deliras por mantenerte en el camino / mas que con darte de cabeza en la llegada/ y una vez que caes / prefieres no levantarte / ni mirar alrededor / quedas en desparramo de piel y huesos y fluidos / sin querer saber si algo queda de tí / y es en ese instante / cuando comienzan a quemar / las ganas de volar de nuevo / hacia el mismo destino.

La oquedad

Las personas son lugares.  Podemos descansar en Ellas, hacer pié, desbarrancarnos, destruirlas, dormir, ser felices.  Vivir en Ellas. Aunque Ella, mas que un lugar es la ausencia de espacio.  En Ella no puedo quedarme.  No sé dónde encontrarla, ni cómo tomarla. Ni siquiera imagino en qué lugar pedir señas de Ella; un mapa, un cartel aunque desgarrado, algunas huEllas, un trozo de blusa olvidado, una palabra perpetua en la oquedad del árbol en el que haya pasado la noche, su forma en el asiento de un coche, una lápida de mármol que la nombre, su perfume en el cuello de otro hombre, una sirena que la haya cobijado,  un mensaje en una botElla, un mensaje que haya naufragado,  algo de Ella, un signo, uno, alguno, cualquiera,  aunque más no sea, sepultado. Y de tanto silencio,  y tanto espacio,  vuelvo a ser nada.  Por que sin lugar que colonizar,  mejor izo las velas y quedo a la deriva.  Sin sazón, sin tiento. Es muy probable que al despertar,  Ella haya regresado.  Y sea hora de abordar.