Y esa tarde, creeme amigo, sin saberlo juntábamos litros, toneladas, de combustible incendiario, llenábamos cunetas con una tibia -apenas- esperanza de payasos fronterizos de tímidos pajueranos siesteros confesos rebeldes de jarilla y pérgolas de abuelas novias eternas de su Italia de su Italiano y de los barcos. Aquella tarde fue una chispa una patada un manotón de ahogo gritando instrucciones para poner la basura en la puerta muerta la puerta de muerte natural -en el oeste todas las muertes son naturales- y besar las ansias darle cable al amor al dolor al perfume a otoño y epílogo de vendimia. Es que los abrazos son pocos y los pocos son menos y los menos son estos los nuestros los de la esquina los de los cuentos del parque esos de ojos de guitarras con nylon y faros en las manos. Los sueños -un día- vinieron a clavar bandera y nos dieron en la ingle en el pecho donde el techo armaron y al oído con la lengua afuera nos soplaron: "Apuren. Parece que no, pero ahí anda el choc
/ Un elefante ocupa mucho espacio /