Una venda en los ojos es como una soga en las piernas.
Mientras la tengo puesta camino en dirección opuesta al tiempo. Vuelvo atrás en zigzag, esquivo recuerdos. Retro memoria. Mis recuerdos están terriblemente ordenados. Da pavor pensar que puedo administrar de manera certera tanta información.
Ahí estoy de niño, de adulto y de mala y buena gana, con queridas y ocultadas, con presentables y expulsables.
En esa medusa de la memoria este sector inflamado de dolor corresponde al accidente. Aún duele, aún sangra.
No hay posibilidad de recordar lo emocional. De traerlo como fresco. Al menos no para mí. Es inamovible en el tiempo.
Nunca pude repetir en mi corazón, en la piel, en el espesor de la saliva, esa pasión de los primeros años. Nada se apagó, pero las mutaciones son en cierta forma amputaciones.
No tengo recuerdo presente del dolor que sentí y porté por meses, pero si algo roza mis ojos puedo encender la reacción en cadena que me lleva al dolor nuevamente. Dolor de hoy, recién sacado del horno. Lo que definitivamente no recuerdo es el vacío inmediato que me conducía sin atajos al suicidio. Tanto como no puedo recobrar con detalles la sensación de amor que por Laura me enloquecía día y noche cuando perdí la vista. Tengo innumerables detalles visuales de aquello. Tengo noches en las retinas que luego durante tanto tiempo se negasen a contarme el universo. Tengo su cuerpo sudando y mis besos contenidos por sus generosos labios. Sus universales labios.
El aroma de las comidas me vuelve a sentar entre las carnes, los caldos y los cítricos. Nado en ellos. Es raro, pero he perdido la conexión con las formas originales de los objetos. Retengo los aromas y dibujo libremente.
Lo único que recuerdo con detalles es el cuello de Laura, el vello de su nuca, la textura de su piel vistiendo ajustadamente ese infierno que despertaba mi boca. Su piel café, clara. Los rizos que masajeaban mis mejillas. El espacio de descanso de sus hombros.
Entiendo que el hecho de recuperar la vista será tan traumático como lo fue perderla. Propiciará el desorden de mi numerado archivo de vivencias. Pero el deseo de reintegrarme al limitado universo de quienes poseen este contaminante sentido es más fuerte.
La vista es la virtud más condicionante que he poseído. Es tan real, tan mundana, tan ahuyenta-sueños. Delimita con detalles los cuerpos, las calles, las heridas y los perros. No deja lugar a dudas excepto que nuestro cerebro insista en transmitir distorsiones, límites en espacios que están abiertos y lluvia en días soleados.
El gran desafío es la manera en que me regrese al mundo de lo visual, a la dimensión de quienes todo lo entienden en imágenes.
Pienso hacerlo mansamente. Lento como los cambios de marea, hacerlo.
Anhelo y temo recuperar la forma de Laura en cuerpo entero, observarla, mirarla, saberla en límites geográficos, en carne y algodón, en ansias y lágrimas. Temo no poder conectarme con ella y su imagen. Temo casi todo el tiempo.
El silencio de la sala es contaminante. Me llegan los pliegues del atuendo del médico ensanchándose, las coyunturas, los soplidos de un fumador.
Me cachetea el respirar intranquilo y apurado de Laura. Hace diez años que usa el mismo perfume. El perfume es ella. Es perfume. Laura es para mí todo lo que huele.
Las vendas comienzan a pesar menos. Quitarme las vendas es saltar en paracaídas desde donde no se divisa la superficie.
El pelo de la nuca recupera su espacio. Ya no hay vendas. Me quitan los algodones. Abro los ojos lento como hormiga. Salgo del útero, ya sin cordón. Una puntada de dolor agudo me recuerda que enfocar la vista es el reflejo de un músculo ahora herido.
Laura es Laura, tal como es. No como la imaginé. Me agrada. Ella sonríe. Examino la facción de su sonrisa. Me reconforta. Doy una bocanada enorme de aire. Intento completar la escena con su olor. Vuelvo a intentarlo. Algo no anda bien. Todo huele como se ve. Todo huele a nada. Todo huele a vista. Pierdo instantáneamente el olfato. La vista ha colonizado mi cerebro. No huelo medicina, no huelo perfume, no huelo sudor. Desesperadamente, en un rapto, tomo la venda y envuelvo mi cabeza, mis ojos, en ella. La oscuridad gana territorio lentamente. Ya no hay resquicio por donde la luz penetre. Tiemblo un instante. Me recupero. Tomo otra bocanada enorme de aire. Respiro ahora largo, lento. Completo la escena con su olor.
Allí está Laura. Ella es lo que huele. Ella es esto que me acostumbré a delinear sin ver.
Que cómodo me siento nuevamente con su esencia.
Voy a permanecer así un tiempo.
Quizás, el resto del tiempo.