Creo en la espontaneidad de las mañanas
y en los que suben al colectivo peinados
con sonrisas
o munidos de ampulosas tristezas
que hasta escupen fragmentos
de nocturnos o valses o tangos.
Creo que la tristeza merece
su justo lugar.
Nada de no debo llorar.
Échese un buen llanto
péguese un buen encerrón
disfrute de su inhumanidad
su falta de apetito
y su incapacidad de conectarse
con algún recuerdo útil
por algunos días.
La felicidad es igual de pasajera
y nadie le pide carné de entrada.
Creo en aquellos que se presentan
diciendo:
"no tengas demasiadas expectativas
estoy intentando librarme de mí mismo
con absoluto fracaso."
Creo que nunca
o muy poco
suelo estar donde me buscan
ni responder de acuerdo a las expectativas
ni oler perfume donde debería
mucho menos agacharme
a recoger lo que se les cae
a las señoras de sombrero
y carteras
y vestidos con flores grandes.
Y no pienses que es involuntario
o que la culpa es de otro
o que no inicié el incendio.
Fui con todo éxito yo.
Si lo piensas mejor
nadie suele estar todo el tiempo
y a la vez
en donde lo necesitan
en donde desean olerlo
o recogiendo
lo que los señores y las señoras tiran por ahí.
Creo en la carne
como vestido del alma
y tapa del corazón.
Me acompaña poca tolerancia,
eso si,
distribuida humanamente.
Me acomodo por temporadas
en seres cóncavos
y templados,
creyendo que ahí estará mi refugio final
hasta que rompo algo
o me rompen
o ambas cosas en simultáneo
y caigo en la cuenta de que
no podemos quedarnos a vivir
en ellos
mas que una siesta,
un fruto explotando en gajos
o una lluvia estival.
Reflexiono a menudo acerca del amor
y, a menudo también, lo flexiono tanto
que destruyo su magia inflexible.
Creo que nadie
puede arrogarse el poder
de entender al otro.
Aunque somos seres complejos
y, apuradamente deductivos,
creo que deducir
no es entender.
No creo ser digno de la Madre Naturaleza
y tampoco creo que tú lo seas.
Creo que agua
es aquello que tomas
y no aquello que nombras agua.
Creo que vale más
el objeto, su forma y experiencia
que la manera de nombrarlo.
Lo mismo me pasa con
labios, senos, poesía y futuro.
Creo en el amor eterno.
Aunque sé
- con la arrogancia frágil de papeles que me caracteriza -
que sólo le ocurre
a una de cada seis mil millones
de personas
y cada igual cantidad de años.
No creo en el amor a primera vista,
aunque reconozco el esfuerzo publicitario
del que es sujeto
y conozco
la necesidad
que tenemos
de inventar alternativas
a-la-carte
para darnos la sensación
de que el amor
está a la mano.
Creo que Tinder es una conversación
mientras el amor sigue estando en la piel y bajo de ella.
Tinder parece una boca que grita sin piel.
A veces, los gritos te hacen sentir poder.
Hasta que terminan.
Creo que el amor
es una bestia
de infinitas cabezas y formas
imposible de llevar
en hojas
de libros de bolsillo.
Y creo que, de la bestia
que el amor representa,
cada persona conoce
apenas algunas moléculas
de su forma, en su vida entera.
Creo que la hipocresía
es el nombre de la anestesia
general y cotidiana
empleada por el ser humano
cuando pasa
los quince años de edad.
Creo en darte la mano
para avanzar un rato,
aunque para caminar juntos
durante mucho tiempo
prefiero darte
espacio
libertad
diversidad
y silencio
antes que la mano.
Prefiero dudar de tu incondicionalidad
antes de tener la certeza
de que todo es para siempre.
La idea de que nada dura una eternidad
es el agua de la planta del deseo.
Creo que nuestros hijos
son Lennon y McCartney
a la vez y encimados,
haciendo de jinetes
en un toro
de ojos vendados
llamado padres.
Creo en las revistas del corazón,
pero sólo si son emitidas
por el Círculo de Especialistas
en Cardiología
de Salsipuedes o Massachusetts o Bangalore.
Creo en la amistad
y en su crédito
infinito
aunque cada vez
me cueste más
definir amistad,
su peso, duración
y posología.
Creo que los saludos
cordiales e impostados
con desconocidos
son el virtual-marketing
de nuestra persona.
El virtual-marketing
me da jaqueca.
Creo en el vino
como un medio para
lavar la lengua
y el espíritu.
Creo en las comunidades
como una geografía.
Las hay en todo el mundo,
ocasionales, permanentes,
guerreras, durmientes.
Tras las redes sociales, a centímetros de un botón,
están las verdaderas redes
las humanas
con sus palabras, sus colores, sus perfumes
y sus manos.
Esas redes me dan más confianza.
Creo en tus palabras
por que no tienes otras,
son tuyas,
y siempre eliges la correcta
aún cuando dices
hoy no eres el que pretendo.
"Creo que te quiero"
me da lo mismo que
"creo que te amo"
que a su vez me da lo mismo que
"creo que te creo".
Finalmente, lo que me define es creer.
Ese optimismo incondicional
y peligrosísimo de creer antes de mirar.
Y, a propósito,
creo que te quiero.
Que no es lo mismo que:
estoy acostumbrado
o te me haces cómoda al tacto
o cerca tuyo hay sol
o me adulas la ropa.
Creo que te quiero
estimo que no es tampoco
"te leeré poemas
cuando caiga el sol"
y menos
regalar Girondo o Pessoa,
ni Sabines o Wilde.
Creo que te quiero
no me sabe a
"te quiero para mí /
no puedo verte bien sin mi /
yo soy tu planeta."
Si pudiese explicar
lo de "creo que te quiero"
tendría la certeza
de que eso
no ocurre.